¿Son cristianos los católicos romanos y ortodoxos por el simple hecho de ser antiguos?

 


¿Son cristianos los católicos romanos y ortodoxos por el simple hecho de ser antiguos?
En los últimos días me he encontrado con múltiples declaraciones del señor Wiston Medina que buscan defender al catolicismo romano, presentándolo como una opción válida dentro del cristianismo bíblico. Una de estas afirmaciones ha llamado especialmente mi atención y considero importante responderla, no solo por su contenido, sino por las implicaciones que conlleva para la fe cristiana histórica y bíblica.
En uno de sus más recientes videos, Wiston afirmó: "Yo puedo ser católico y mantener mi convicción en las doctrinas de la gracia", haciendo referencia al calvinismo. A esto añadió una frase que deja entrever una lucha interna o una especie de indecisión: "A veces uno se detiene porque hay mucha gente que aún confía en uno". Con estas palabras, no solo da señales de estar simpatizando o "coqueteando" con el catolicismo romano, sino que también lo defiende abiertamente, al igual que a la iglesia ortodoxa, como expresiones válidas y verdaderas del cristianismo.
Wiston, al defender que los católicos y ortodoxos son verdaderos cristianos, lanzó un cuestionamiento muy común:
“¿Es correcto negar que los católicos en cualquiera de sus dos ramas sean cristianos?”
Su respuesta fue un rotundo: ¡No!
Él argumenta que, si los protestantes sostenemos que no son cristianos, nos metemos en un problema histórico. Así, los católicos responden con un argumento que ya es bien conocido:
“¿Dónde estaba tu iglesia cristiana protestante antes del siglo XVI?”
Este tipo de razonamiento no es nuevo, pero sigue siendo profundamente falaz. Se trata de una clara falacia de apelación a la antigüedad (argumentum ad antiquitatem), que pretende validar una creencia o institución simplemente por haber existido desde tiempos remotos. Sin embargo, la verdad no se mide por la antigüedad de una institución, sino por su fidelidad y conformidad a la Palabra de Dios.
1. La verdad no se determina por la antigüedad, sino por la fidelidad a la Escritura
No todo lo antiguo es verdadero. Existen sistemas religiosos como el panteísmo, el judaísmo rabínico, el hinduismo, el budismo y el zoroastrismo que son significativamente más antiguos que el cristianismo bíblico, y sin embargo, están apartados de la verdad revelada en Cristo. ¿Deberíamos aceptar esas religiones como verdaderas solo por existir antes del cristianismo? Claro que no.
Del mismo modo, que una institución como el catolicismo romano o la ortodoxia oriental haya existido por siglos no garantiza su fidelidad al evangelio. La fidelidad se prueba por la doctrina, no por la cronología. Lo que enseña la Escritura es lo que define la verdad, no la edad de un sistema religioso.
Jesús mismo confrontó esta mentalidad cuando dijo:
“Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas mandamientos de hombres.” (Mateo 15:9)
Israel, aunque fue el pueblo escogido, cayó muchas veces en idolatría (Jeremías 2:11-13), y su antigüedad no lo salvó del juicio de Dios. Asimismo, la historia muestra que muchas instituciones religiosas han caído en error a pesar de su antigüedad. La autoridad espiritual no proviene de la tradición, sino de la Escritura. La Palabra de Dios es eterna (Salmo 119:89), y cualquier doctrina que no se someta a ella debe ser rechazada.
2. La apostasía fue advertida por los apóstoles, y ya se manifestaba en los primeros siglos
El Nuevo Testamento nos advierte repetidamente que habría una apostasía progresiva, una desviación del evangelio puro hacia enseñanzas falsas. Tanto el catolicismo como la ortodoxia añadieron dogmas y tradiciones humanas que alteraron profundamente el mensaje del evangelio.
Dogmas como el purgatorio, el culto a las imágenes y reliquias, la mediación de María, la confesión auricular, la infalibilidad papal, la transubstanciación, el uso del rosario, el celibato obligatorio, y otros, no solo carecen de respaldo bíblico, sino que contradicen explícitamente la Escritura. Estas doctrinas desplazan el evangelio de la gracia y lo reemplazan por un sistema de obras, sacramentos y ritualismo eclesiástico.
Peor aún, en el caso del catolicismo, estos dogmas no son meras enseñanzas opcionales, sino requerimientos de fe para obtener la salvación. El Concilio de Trento fue claro: quien no crea en la transubstanciación, el papado, el purgatorio, la justificación por obras, o la mediación de María y los santos, sea anatema. ¿Cómo puede entonces armonizarse esa postura con el evangelio que dice que la salvación es por fe, sin obras? ¿Cómo pueden anatemizar a los que rechazan dogmas que ni siquiera tienen base bíblica?
Pablo fue contundente:
“Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina... y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2 Timoteo 4:3-4)
Esto es exactamente lo que ocurrió: el evangelio fue sustituido por un sistema eclesiástico de control, temor, penitencias y rituales que esclavizan a las almas y les impiden conocer la libertad gloriosa del evangelio de Jesucristo
3. La verdadera Iglesia ha existido siempre, aunque fuera de las instituciones visibles
Cuando los católicos preguntan:
“¿Dónde estaba tu iglesia antes del siglo XVI?”
la respuesta es clara: la verdadera Iglesia siempre ha existido, pero no necesariamente con poder político ni estructuras monumentales visibles.
Desde los tiempos apostólicos han existido creyentes fieles, aunque perseguidos, marginados o ignorados por el sistema oficial. Ellos no estaban bajo el dominio del papado ni del emperador, pero estaban vivos en Cristo, guiados por la Palabra de Dios y sostenidos por el Espíritu Santo. La historia de los valdenses, albigenses, lolardos, y otros grupos disidentes, muestra que el evangelio nunca desapareció.
La verdadera Iglesia no es una institución con sede en Roma ni en Constantinopla. Es el conjunto de todos los redimidos por la sangre de Cristo, nacidos de nuevo, que confiesan a Jesús como Señor y Salvador, y viven conforme a las Escrituras.
Jesús dijo:
“Mis ovejas oyen mi voz... y me siguen.” (Juan 10:27)
Muchos, aún sin etiquetas históricas reconocidas, fueron parte de la Iglesia de Cristo. Y muchos de los que estaban dentro del sistema religioso oficial, como monjes o sacerdotes, al leer la Escritura fueron convertidos y salieron de la oscuridad, como ocurrió con Lutero, Wycliffe, Tyndale, Zuinglio y tantos otros. La luz del evangelio nunca se extinguió, aunque sí fue fuertemente ocultada por siglos de tradición y autoridad eclesiástica humana.
4. Ser cristiano no es cuestión de tradición, sino de conversión real
Afirmar que todos los católicos o los ortodoxos son cristianos por el simple hecho de pertenecer a una institución antigua es una confusión espiritual peligrosa. El cristianismo bíblico no se hereda ni se impone por estructuras religiosas. Ser cristiano es haber nacido de nuevo (Juan 3:3), es haber sido regenerado por el Espíritu Santo, es creer el evangelio bíblico y vivir conforme a la Palabra de Dios.
El apóstol Pablo lo expresó con claridad:
"Si alguno os predica un evangelio diferente del que habéis recibido, sea anatema.” (Gálatas 1:9)
El problema con el catolicismo romano y prtodoxo es que ha hecho anatema al verdadero evangelio, reemplazándolo con un sistema de salvación basado en dogmas obligatorios, sacramentos administrados exclusivamente por la Iglesia, y mediadores humanos. ¿Cómo armonizar a una institución que maldice a los que no creen en dogmas como la transubstanciación, el papado, la Asunción de María, la confesión auricular, besar cuadros, entre otros, cuando estos dogmas ni siquiera tienen respaldo bíblico claro ni un solo texto que los enseñe de forma directa?
Es una contradicción enorme: anatemizan al evangelio que ellos mismos contradicen.
Por amor a las almas atrapadas en estas estructuras, debemos proclamar con claridad: es posible pertenecer a una iglesia que se autodenomina “cristiana” y no haber conocido jamás al Cristo del evangelio. Y dentro del catolicismo y la ortodoxia esto es algo muy común. Millones de personas no conocen el mensaje de la gracia de Dios revelada en Cristo. Confían en obras, imágenes, vírgenes, rezos y ritos, pero no en el evangelio puro.
Hay un remanente fiel aún dentro de estas instituciones, sí. Dios tiene misericordia. Pero ese remanente debe escuchar el llamado:
“Salid de en medio de ella, pueblo mío, para que no seáis partícipes de sus pecados” (Apocalipsis 18:4).
Hacer este llamado es un honor a la verdad y también a los reformadores que pagaron con su vida para que el mundo volviera a escuchar el evangelio, liberando la Biblia de las manos del poder papal y de la opresión religiosa. Hoy, esa voz sigue viva. Y seguimos clamando:
Sola Escritura. Sola Gratia. Sola Fide. Solo Christus. Soli Deo Gloria.
~ Eder Marín - Bendiciones en el señor.
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