Orígenes de Alejandría y la justificación por la sola fe
Uno de los temas más centrales y debatidos en la teología cristiana es la doctrina de la justificación. ¿Cómo puede el ser humano, caído y pecador, ser justificado delante de un Dios santo? Orígenes de Alejandría, uno de los cristianos más influyentes e importantes de la Iglesia antigua, ofrece una rica reflexión sobre este asunto en su comentario sobre Romanos 3, especialmente en lo que respecta a la justificación por la sola fe.
Orígenes fue un cristiano erudito que vivió a finales del siglo II y mediados del siglo III. Fue un teólogo, escritor y maestro que dejó una huella profunda en la interpretación bíblica y la teología cristiana. Su legado fue tan grande que, a pesar de las controversias posteriores en torno a ciertos aspectos de su pensamiento, muchos padres de la Iglesia lo citaron y valoraron como una voz autorizada.
Abraham: El modelo de la justificación por fe
Orígenes comienza con una afirmación poderosa y contundente:
“Así que justifica al que es de fe, como también se ha escrito acerca de Abraham: ‘Abraham creyó a Dios y le fue contado por justicia’. Ahora bien, si Abraham creyó y fue justificado por la fe, sin duda sería lógico que incluso ahora quien crea en Dios por la fe en Jesucristo sea justificado con el creyente Abraham.”
En este pasaje, el teólogo reafirma lo que ya Pablo había dejado claro: que Abraham fue declarado justo no por sus obras, sino por haber creído. Orígenes extrae de esto una aplicación directa para todos los creyentes: si Abraham fue justificado solo por creer, sin necesidad de cumplir las obras de la ley, entonces también nosotros, al creer en Jesucristo, somos justificados con él. Esta conclusión borra toda diferencia racial, cultural o religiosa, y afirma que la fe es el único medio de acceso a la justificación.
¿Dónde está, pues, vuestra jactancia?
Orígenes señala cómo el apóstol Pablo expone la inutilidad de jactarse por obras humanas:
“¿Dónde está, pues, vuestra jactancia? Queda excluida. ¿Mediante qué ley? ¿Mediante la de las obras? No, sino mediante la ley de la fe. Porque sostenemos que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley.”
Y comenta:
“Una vez más, recordamos a menudo a quienes desean prestar atención a lo que Pablo ha escrito que observen tenazmente esa distinción de la que hemos hablado anteriormente, a saber, cómo [Pablo] (siempre con discreción) ahora ataca al grupo de la circuncisión, ahora al de la incircuncisión, es decir, a los judíos y a los gentiles, respectivamente.”
El mensaje es claro: ni los judíos con su ley ni los gentiles con su ignorancia pueden jactarse, pues todos son pecadores y necesitan la misma fe en Cristo para ser salvos. La jactancia es anulada por completo, porque la fe glorifica solo a Dios.
Todos han pecado… y todos pueden ser justificados
Orígenes continúa con esta reflexión:
“Por otro lado, a continuación, replicó que la justicia de Dios por la fe en Jesucristo es para todos los que creen, que no hay distinción, sino que todos han pecado, tanto judíos como griegos, y carecen de la gloria de Dios, y son justificados por la gracia y la redención que es en Cristo Jesús. Él mismo es el propiciatorio por la fe, y todos los que son de fe son justificados por él.”
No hay excepciones. No hay favoritismos. No hay mérito humano. Todos necesitan gracia, y todos pueden recibirla por medio de la fe. Cristo es presentado como el único medio de propiciación, accesible para todo aquel que cree.
Justificación sin una sola obra
Orígenes interpreta Romanos 3:27-28 como una conclusión lógica y contundente del argumento de Pablo:
“En este pasaje, el Apóstol, como si estableciera la conclusión de sus argumentos anteriores, dice ahora: ‘¿Dónde está, pues, vuestra jactancia? Queda excluida. ¿Mediante qué ley? ¿La de las obras? No, sino mediante la ley de la fe. Porque sostenemos que el hombre es justificado por la fe, sin las obras de la ley’. Dice que la justificación por la fe basta, de modo que quien solo cree es justificado, aunque no haya realizado ni una sola obra.”
Esta afirmación radical desafía toda lógica humana. ¿Justificado sin hacer nada? Así es: la fe verdadera en Jesucristo basta para recibir la salvación. Las obras no son causa de la justificación; son su fruto posterior.
Ejemplos vivientes de la justificación por la fe
Orígenes recurre ahora a dos casos memorables del Evangelio para ilustrar que esta doctrina no es abstracta, sino vivida.
El ladrón en la cruz
“¿Quién ha sido justificado solo por la fe, sin las obras de la ley? Así pues, en mi opinión, ese ladrón que fue crucificado con Cristo debería ser suficiente como ejemplo adecuado. Desde la cruz, lo invocó: ‘¡Señor Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a tu reino!’. En los Evangelios no se registra nada más sobre sus buenas obras, pero solo por esta fe, Jesús le dijo: ‘En verdad te digo: Hoy estarás conmigo en el paraíso’. Si parece apropiado, apliquemos ahora las palabras del apóstol Pablo al caso de este ladrón y decir a los judíos: ‘¿Dónde está, pues, vuestra jactancia?’ Ciertamente está excluida, pero no por la ley de las obras, sino por la ley de la fe. Pues por la fe, este ladrón fue justificado sin las obras de la ley, ya que el Señor no exigió además que primero realizara obras, ni esperó a que realizara algunas cuando creyó. Pero solo por su confesión, quien estaba a punto de emprender su viaje al paraíso lo recibió como compañero de viaje justificado.”
Este caso conmueve profundamente: un hombre colgado en la cruz, sin tiempo para enmendar su vida, sin una obra a su favor, es justificado por una fe sincera. Es un ejemplo inapelable de la gracia inmerecida que salva.
La mujer pecadora
“Además, está el caso de aquella mujer de quien se menciona en el Evangelio según Lucas: ‘Cuando supo que Jesús estaba reclinado en casa del fariseo, trajo un frasco de perfume. Y poniéndose detrás de él a sus pies, llorando, le lavó los pies con sus lágrimas y los secó con sus cabellos. Le besaba los pies y los ungía con el perfume. Al verlo, el fariseo que lo había invitado se dijo: “Si este hombre fuera profeta, sin duda sabría quién y qué clase de mujer es la que le toca los pies: es una pecadora”.’ Pero Jesús le contó la parábola de los quinientos cincuenta denarios. No fue basándose en ninguna obra de la ley, sino solo en la fe, que le dijo: ‘Tus pecados te son perdonados’; y nuevamente: ‘Tu fe te ha salvado. Ve en paz’.”
Nuevamente, Jesús no exige el cumplimiento de la ley para justificarla. Le basta la fe que se expresa en humildad, lágrimas y adoración.
¿Fe sola? ¿Y las buenas obras?
Orígenes no ignora una posible objeción:
“Además, en muchos pasajes del Evangelio leemos que el Salvador usó esta frase para decir que la fe del creyente es la causa de su salvación. Con todo esto, deja claro que el Apóstol tiene razón al afirmar que el hombre es justificado por la fe sin las obras de la ley. Pero quizás alguien que escuche estas cosas se vuelva negligente y negligente al hacer el bien, si de hecho la fe sola le basta para ser justificado.”
Este peligro es real. Por eso, aunque la fe es suficiente para justificar, no debe confundirse con un libertinaje espiritual. La fe verdadera produce frutos, aunque no sean la base de la salvación.
Un Dios justo que justifica por la fe a todos los que creen
Orígenes cierra su argumento con una nota universal:
“El ser humano es justificado por la fe; las obras de la ley no contribuyen en nada a su justificación”
“Pues el mismo Dios justifica a los miembros de ambos pueblos que creen, y esto no se basa en el privilegio de la circuncisión o la incircuncisión, sino considerando únicamente la fe.”
Dios es imparcial. No mira el linaje, ni la nación, ni la historia personal. Solo mira la fe puesta en su Hijo. Esa fe justifica, limpia, transforma y salva.
Conclusión
Las enseñanzas de Orígenes sobre Romanos 3 son un llamado profundo a descansar no en nuestras obras, sino en la obra perfecta de Jesucristo. En un tiempo donde muchos aún se apoyan en sus méritos, en sus logros religiosos o en sus prácticas externas, estas palabras antiguas resuenan con fuerza: el hombre es justificado solo por la fe. Pero esta fe no es un mero acuerdo mental; es una confianza viva, transformadora, que une al creyente con Cristo y le asegura su lugar en el Reino de Dios. Como Orígenes, también nosotros podemos decir: ¿Dónde está, pues, nuestra jactancia? Queda excluida.
Citas:Libro 3:9
Fuente: ORIGENES - COMENTARIO A LA EPISTOLA A LOS ROMANOS LIBROS 1–5 Traducido por THOMAS P. SCHECK
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