¿Cristianos criticándose públicamente?
Hace ya unos años escuché a un amigo decir que cuatro
décadas atrás “Juan 3:16” era el versículo más citado, mientras que hoy día los
versículos favoritos son aquellos que hablan de no juzgar, por ejemplo Mateo
7:1-2. (Andres Birch publicó un interesante artículo explicando cómo ese texto
ha sido abusado). Y quizás eso tiene mucho que ver con el espíritu relativista
y pluralista de estos tiempos. Nos encanta lo ligero y trivial, sin importar si
es verdad o no. Y rechazamos todo aquello que confronte nuestra ‘comodidad’. El
evangelio de Jesucristo, cuando se predica con fidelidad, siempre nos hará
sentir incómodos. Y es que no sólo requiere un cambio de ‘conducta’, si no un
cambio de naturaleza.
Muchas personas muestran cierta sorpresa e indignación
cuando escuchan a un cristiano criticar a otros cristianos. Y muchas veces con
razón. Hay cristianos que hablan con cierto grado de superioridad que dejan
mucho que desear. Usan epítetos e insultos que son difíciles de reconciliar con
los frutos del Espíritu (Gá 5:22-23). El cristiano no es una persona superior o
mejor que otra; más bien es una persona que, por la gracia de Dios, ha
reconocido su pecado, su maldad y su culpa, y ha puesto su fe y esperanza en
Aquel que es limpio, santo y justo (Ro 3:21-26). Por ende, el cristiano debe
tratar siempre de modelar la mente y el carácter de Cristo (Fil 2:5). ¡Claro!
Eso no significa que no confronte la mentira y el pecado. Cristo confrontó a
los hipócritas (ej.: Jn 8:12-59), a maestros confundidos (ej.: Jn 3), habló más
que nadie del infierno (ej.: Mt 25:41-6), y llamó Satanás a uno de sus
discípulos cuando trató de separarlo de la cruz (ej.: Mc 8:33).
Dios nos dice cómo tratar con aquellos que han pecado dentro
de la iglesia (Mt 18:15-22), y nos habla sobre la importancia de disciplinar a
aquellos que han profanado el nombre de Dios (1 Co 5). Es por eso que el
apóstol Pablo le dice a la Iglesia que quiten “a ese perverso de entre
vosotros” que “llamándose hermano” insulta a Dios con su conducta y enseñanza
(1 Co 5:11-13). El mismo Pablo le dice a la Iglesia que no juzgue a aquellos
que no son o pretenden ser cristianos, porque Dios juzga al de fuera. Y es por
esa razón, que tanto en el Antiguo Testamento (ej.: Dt18:20; Jer 23:14; Mi
3:9-1), como en el Nuevo Testamento (ej.: 2 Ti 4:3) encontramos múltiples
exhortaciones a confrontar a los falsos maestros que se levantan entre el
pueblo de Dios, como dice Pedro: introduciendo herejías destructoras, siendo
seguidos por muchos que por avaricia hacen mercadería de vosotros con palabras
fingidas, blasfemando así el nombre de Dios (cf. 2 P 2:1-3).
Entendiendo ese imperativo bíblico de defender la verdad
revelada por Dios de aquellos que la tuercen diciendo ser cristianos, la
Iglesia desde sus primeros siglos se pronunció contra falsas enseñanzas. Un
ejemplo en el Nuevo Testamento es la primera carta de Juan donde el Apóstol
confronta ideas gnósticas (docetismo) que habían penetrado las iglesias a final
del primer siglo. Por esa razón, importantes pastores y teólogos como Tertuliano,
Atanasio, Basilio y Agustín, publicaron libros con títulos, quizás pocos
creativos, pero bastante claros, como los siguientes: Contra Marcion, Contra
Herejes, Contra Práxeas, Contra los Arrianos, Contra Eunomius, y Dos Cartas
Contra Pelagio.
La Biblia le dicta al cristiano cómo manejar y confrontar
las falsas enseñanzas. Y el creyente debe hacerlo con la convicción que nos da
la Palabra y con la humildad de uno que por gracia ha pasado de muerte a vida.
Cuando alguien enseña a través de medios masivos, ideas que profanan el nombre
de Dios y confunde miles de almas, la iglesia no puede permanecer callada, la
confrontación debe ser pública. El celo por el Señor debe consumir al creyente
(Jn2:13-22). La verdad de la justicia, de la santidad y el amor de Dios es
demasiada bella para que el cristiano permanezca indiferente cuando ésta es
profanada por personas que dicen creer esa verdad. La meta no es la destrucción
de esa persona, sino el arrepentimiento de la mentira. Al final, no hay nada
más dañino y destructivo que la mentira. La gloria de Dios es muy dulce para
que el cristiano permanezca callado cuando ‘lo malo se llama bueno, y lo bueno
malo, o lo dulce se hace amargo y lo amargo dulce’ (Is 5:19-24). Es por eso que
confrontamos a otros que con astucia predican otro “evangelio” (Gá 1:6-9).
por Edgar Aponte
¿Cristianos criticándose públicamente?
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